Por fin vacaciones, y la oportunidad de emprender nuestro primer viaje. Destino: Zona noroeste, provincias de misiones y corrientes. La semana previa ha sido de preparativos, a cargo de María, y sin mi ayuda por la falta de tiempo. La primera ruta ha sido el trayecto La Plata – Puerto Iguazu, ciudad fronteriza con Brasil y Paraguay. El autobús salió a las 5 y media de la tarde, y era de clase semicama, esto no quiere decir más que tiene asientos reclinables. Que menos para un viaje de 17 horas. A los 10 minutos de haber salido, paso el azafato a ofrecer caramelos y comenzó la programación televisiva, un DVD repleto de los más estrambóticos videos de reggeton. Todo un espectáculo. Se produce la primera parada en capital, y se sienta a nuestro lado un tipo con toda la cara de Brad Pitt. Me dirijo a él, obviamente en inglés, por su cara mayormente, y rápidamente se convierte en compañero de viaje. Se llama Paul, y es un Irlandés de mi quinta. Lleva un año viajando dando la vuelta al mundo. 20 minutos después, vuelve a aparecer el azafato, pero para nuestra sorpresa, esta vez con una botella de whisky, y vasos con hielo. Nos servimos la primera copa. El comienzo no podía ser mejor. Charlamos un poco, traduzco a María, y hablamos un poco más. Así hasta la segunda copa de whisky, que se presenta a los 15 minutos de la primera. Esto alentó a María que se lanzó a comunicarse en ingles, mejorando por momentos. Una hora después, y con cierto calor en el cuerpo, nos sirven la cena al puro estilo iberia. Mesita de plástico apoyada en las piernas, y bandeja de corcho con el menú cubierto con film trasparente. La comida no estaba mal, de plato principal, arroz con carne de ternera, una mini pizza, un pionono y algunas cosillas de postre. Todo acompañado con un whiskyto, esta vez mezclado con coca cola. Tras la comida, botella de champan. El viaje se plantea divertido. En otra parada, bajamos a echar un cigarrito, y el conductor le ofrece a María bajar a la cabina a fumar si le apetece en medio del viaje. A mi no. El momento en que ella baja, yo fumo en el baño, y así vamos solucionando el problema de la abstinencia durante 17 horas. A lo largo de la noche, tratamos de dormir. María y Paul lo consiguen, yo no. Mis largas extremidades me lo impiden. Miro más que veo una película de Julia Robert y Javier Barden, que desconocía, y pruebo todas las posturas posibles en el asiento semicama del colectivo sin éxito. No consigo dormir. A las 7 de la mañana, con el sol ya fuera, aunque retenido por el día nuboso nos sirven el desayuno. Café o te con leche en polvo, alfajores de dulce de leche y unas tostitas saladas para untar con mermelada. Sin Whisky ni champán esta vez. El entorno ha cambiado completamente. De la autovía hemos pasado a una carretera de un carril con los arcenes de tierra roja. Pero es un rojo intenso con matices violeteados, y la tierra fina.
El llano de La Pampa se ha transformado en selva subtropical, alternada con bosques de enormes coníferas para madera, y plantaciones de mate. Desde la carretera se ven cabañas de madera, pequeños pueblos, y fabricas de tablones que salpican el paisaje. Cada kilómetro la selva es más densa y alta. En unas pocas horas llegamos a Puerto Iguazu. Al bajarnos del autobús la temperatura es de 23 grados, muy agradable, y el día seguía muy nublado, aunque no llovía. Lo primero que hago al bajarme del autobús es inspirar profundamente. Huele a tierra mojada y vegetación. Nos dirigimos en primer lugar a turismo, para informarnos de los autobuses a las cataratas, a San Ignacio, nuestro próximo destino, y al hostel. Nos despedimos de Paul y quedamos en una hora para comer juntos. El Hostel está a cuatro cuadras de la estación, torcemos la primera cuadra a la derecha, y nos encontramos con una calle en pendiente, cuyo final es una maraña vegetal. A tres cuadras el Hostel "El Güembe". Un edificio modesto de dos plantas con una recepción, una cocina y 8 habitaciones. Fuera tiene un jardin con muchas plantas tropicales, una hamaca, y una piscina. Nuestra habitación está en la planta de arriba, y es independiente para dos personas con su cuarto de baño. La habitación es modesta pero confortable, con techo de madera, sin humedades y además con wifi. Dejamos las maletas artilugios fotográficos y fuimos al encuentro de Paul, la versión irlandesa de Brad Pitt. Comimos unas milanesas y nos fuimos a visitar el Hito de las tres fronteras. Puerto Iguazu es una pequeña ciudad de frontera, y desde un punto a las afueras se puede ver una panorámica donde el río Parana se une con el río Uruguay, dividiendo Argentina, Paraguay y Brasíl. Las tres porciones de tierra están ocupadas por la densa selva, y el parana, gran río navegable y de aguas oscuras, serpentea creando el límite entre los países. Esto se llama el Hito de las tres fronteras. Es una extraña sensación la de ver tres países a la vez. Que tan diferentes se puede ser a uno u otro lado de un río. Sevilla y Triana podrían ser países distintos si a alguien se le hubiera antojado. Las fronteras me dan risa. El hito en si es un pequeño obelisco con la bandera argentina, en torno al que se vende artesanía Guaraní en puestecillos y en la acera. Un grupo de niñas canta sonidos tribales a cambio de unas monedas, y se dejan fotografiar. Los Guaranís son los indígenas argentinos. Como todas las minorías viven en absoluta pobreza, y habitan las calles y algunos pequeños poblados que mantienen sus costumbres tribales. Siempre resulta duro mirar la miseria a los ojos, y a través del objetivo de mi cámara se mira diferente. Todo el entorno desaparece, y la porción de realidad seleccionada me absorbe. Porque el objetivo fotográfico se llama así??? Por lo menos no se es más objetivo a través de su mirada.
Aun quedan unas horas de sol, y nos vamos a pasear por el pueblo. Fuera del centro las calles son de tierra. Una tierra rojo intenso, y la selva se cuela en los jardines. En un cartel de madera leemos “Orquideario del indio solitario”. El lugar es un jardín privado, con una enorme colección de orquídeas. Aquí cada árbol tiene una o varias orquídeas adheridas a su tronco y ramas, por la alta humedad, y en este jardín tenían una gran colección. De repente entre los arboles nos llamó la atención un zumbido. Varios colibrís volaban entre los arboles a nuestro alrededor. María traía dos objetivos en este viaje: Ver monos y ver colibrís. Desde Pocahontas está enamorada de este pajarillo. Mi asombro no era menor, y nos quedamos comos tres bebes, pues Paul estaba igualmente emocionado, mirando el potente aleteo y los movimientos eléctricos de los colibrís. La dueña del jardín nos vio tan impresionados que nos habló sobre otro jardín al que llaman “el jardín de picaflores”, donde tienen llamadores de colibrís y se ven cientos. Nos lo apuntamos para ir el último día, pues pintaba bien y no habíamos visto ninguna otra información sobre esto. El sol ya se estaba perdiendo, y nosotros estábamos sucios y cansados de 17 horas de viaje. Cámino del hostel seguimos alucinando con las casas entre la selva con sus calles de tierra. Las casas eran grandes, de buen nivel económico, que era lo que se respiraba en la ciudad. Se ve que el turismo a las cataratas deja aquí bastante plata, y eso no solo se nota en las casas, sino en los negocios, en la gente, sus coches. Dejamos a Paul en su albergue, y quedamos con él a las 8 de la mañana para ir al parque natural de iguazu y a las cataratas. Camino del hostel compramos una pizza para comerla en la habitación. Tras una ducha y la cena acompañada de un capitulo de six feet under nos quedamos dormidos.
que de problemas me dan las fotos. No puedo ponerlas colocadas como me gustaría. Pero bueno, esta lo mejor que me deja.
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